Autor: Marco Vinicio Gárate.

No pasa un día y nuevamente los noticieros reflejan alguna violación de los derechos de las mujeres. Nos hemos visto en los últimos días de este año tan corto inmersos en horrorosos hechos de violencia contra mujeres, que han provocado una indignación pública que ha dado pie a voltearse a las calles a miles de mujeres a reclamar sobre su integridad, con eslogan como “Vivas nos queremos” “Ni una menos.”

Aunque las mujeres han conseguido auténticos avances, los hechos suscitados nos recuerdan continuamente que todavía queda mucho por hacer, a fin de alcanzar la verdadera igualdad entre hombres y mujeres. La violencia menoscaba y anula todos los derechos, incluido el derecho a la vida. Las mujeres en estos hechos han sido responsabilizadas por el hacer y el no hacer, es decir estamos doblemente culpando y violentando a las mujeres.

La cultura de paz contra la violencia debe ser fomentada, no se debe dejar impune ningún caso de violencia, debemos alzar nuestra voz y hacerlas sentir protegidas a fin de generar un mensaje social, para que no se repitan estos abominables hechos.

La violencia contra la mujer hasta dos décadas atrás se observaba en el ámbito netamente familiar prácticamente vendría a ser un asunto en el que el Estado no intervenía, lo que connotaba más bien un problema interno y no un problema social.

Convenios Internacionales para Erradicar la Violencia

El Estado se convertía en encubridor de dichas agresiones ya que en el ordenamiento jurídico penal vigente a la época (Código de Procedimiento Penal) prohibía la denuncia entre cónyuges o entre ascendientes o descendientes. La lucha de mujeres ha sido intensa que su voz ha hecho eco en el mundo llegando el Estado Ecuatoriano a ser suscriptor de varios convenios internacionales tales como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres – CEDAW, la Convención Interamericana para Prevenir, sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer de Belém do Pará; y, la Plataforma de acción de Beijing, siguiendo este orden en Ecuador se crearon las comisarías de la mujer, luego de ello tenemos la Ley 103 contra la violencia a la mujer y la familia, luego se crearon Unidades Judiciales de Violencia contra la Mujer y la Familia con Jueces y Juezas especializadas con enfoque de género.

Se ha cuestionado la visión de género que la ciudadanía adoptado frente a estos hechos, pues solo desde una perspectiva jurídica y social se puede lograr un cambio que ponga fin en las condiciones de liberalismo patriarcal para alcanzar una verdadera libertad de las mujeres. Es necesario potenciar la justicia de género, buscar nuevas reinterpretaciones, romper los niveles de opresión en la sociedad, e impulsar, desde las instituciones las políticas públicas de una igualdad real y efectiva.

El Estado a través de sus distintos departamentos tiene la obligación de proteger a las mujeres de violencia, sancionar a los agresores, e impartir justicia, como una obligación general de garantía de los derechos a la vida, integridad y libertad personal, en el que se deriva la obligación de investigar los casos de violación a esos derechos «El deber de investigar es una obligación de medio y no de resultado, que debe ser asumido por el Estado como deber jurídico propio y no como una simple formalidad (…) (Corte Interamericana de Derechos Humanos- caso González y otros (Campo algodonero vs. México), Sentencia 16 nov. 2009».

Estereotipos de género como “Detrás de un hombre hay una gran mujer” “Los hombres no lloran” “Eso le pasa por andar vestida así” han normalizado a la violencia dentro de una sociedad, llegando incluso a ocultar la conciencia que tienen los niños, y niñas al interior de sus hogares.

Delitos contra la mujer y núcleos del miembro familiar

Ahora que en el ordenamiento jurídico penal se tipifica y sanciona delitos contra la mujer y núcleos del miembro familiar, debemos preguntarnos qué tan efectiva es esa garantía o el revictimización que se vive en las dependencias judiciales llega lastimar más que los propios golpes recibidos. Debemos partir que cuando las víctimas de violencia son ultrajadas por el agresor generalmente son es espacios donde no tienen contacto con otras personas, por lo que estos delitos se dan en la intimidad de los hogares. ¿Qué paso cuando la víctima es agredida? ¿Hacia dónde va? ¿El Estado es verdaderamente protector?

La falta de compromiso y de información en un sistema de justicia, no colabora para erradicar la violencia. La mayoría de víctimas de violencia acuden a los órganos competentes de justicia, los cuales son del todo desconocidos por ellas, no encuentran el abrigo que ellas buscan sino más bien una confusión y cierto nerviosismo, por el hecho de tener que enfrentarse alguien extraño a rememorar los hechos vividos, convirtiéndole a este aparataje de justicia como su nuevo agresor. El lenguaje totalmente extraño y complejo que se utiliza pueden ser un obstáculo a esa luz que ellas piensan encontrar, más esto se agrava cuando existe un inadecuado trato y asesoramiento jurídico a las víctimas.

Receptar la denuncia con el debido respeto sin querer entrar en detalles que lastimen es clave para darle seguridad a la víctima que relata sus hechos, pues de la atención que se brinda en primera acogida es clave para continuar con el proceso y llegar a una sentencia en la que ella se sienta protegida. El lenguaje debe ser el más sencillo pero claro. Los espacios de atención son muy importantes, estos deben dar seguridad, ser de completo agrado a la vista, acogedores, limpios, lo que permite que la víctima acuda a las diferentes citas y evaluaciones durante el proceso judicial. La cámara de Gesell y contar con una psicóloga que asista es indispensable, las preguntas que se realicen deben ser las apropiadas, cuidando que están no sean impactantes para el momento que está viviendo.

¿Ahora es el momento de pasar a la acción, y preguntarnos porque defender el derecho de las mujeres, niños y niñas a vivir sin violencia? Porque la violencia atenta contra la dignidad humana y sobre todo la integridad física, psicológica y sexual, porque si violentamos en nuestros hogares estamos naturalizando la violencia y sobre todo porque nuestros hijos se convertirán en futuros agresores o víctimas en su adultez.