LAS ENCÍCLICAS DE JUAN PABLO II
Un humanista que defendió la dignidad de la persona humana

Dra. Dra. María Elena Moreira
Profesora de la PUCE
www.humanrightsmoreira.com

E L FALLECIMIENTO del Papa Juan Pablo II consterna a toda la Humanidad, no solamente por su especial carisma y su importante liderazgo al frente de la Iglesia Católica por más de un cuarto de siglo, sino por su pensamiento renovador que privilegió bajo la luz del humanismo y del Evangelio, el derecho a la vida, la tolerancia religiosa y el derecho a la paz y al desarrollo de todos los pueblos del Planeta.

La Encíclica «El evangelio de la vida»

Su doctrina humanista de defensa de la persona humana, se encuentra, en mayor o menor medida, en sus catorce Encíclicas y en sus cinco libros. Quizás la Encíclica «El Evangelio de la Vida», dictada el 25 de marzo de 1995, es la más representativa, ya que defiende con vehemencia el valor y la inviolabilidad de la vida humana, desde una visión universal que no se limita solamente al enfoque religioso, sino que se proyecta en un ecumenismo que lo fue desarrollando a lo largo de su Pontificado.

El derecho a la vida

Su mensaje del derecho a la vida de toda persona no solamente lo dirige a los creyentes sino a los que no profesan credo alguno. Así, señala: «Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aún entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política.»

La Encíclica «Laborem Exercens»

Promulgada el 14 de septiembre de 1981, relativa al trabajo humano, constituye una consolidación de la Encíclica de León XIII «Rerum Novarum» que se publicó en el siglo XIX. En esta Encíclica que apareció en 1981, el Papa examina los problemas económicos y sociales del mundo contemporáneo, sus causas y efectos, desde una visión de derechos humanos, mucho más específica de la que se encuentra en otras Encíclicas. Al referirse a los factores que afectan al trabajo en el mundo contemporáneo, subraya:

«Son múltiples los factores de alcance general: la introducción generalizada de la automatización en muchos campos de la producción, el aumento del coste de la energía y de las materias básicas; la creciente toma de conciencia de la limitación del patrimonio natural y de su insoportable contaminación; la aparición en la escena política de pueblos que, tras siglos de sumisión, reclaman su legítimo puesto entre las naciones y en las decisiones internacionales. Estas condiciones y exigencias nuevas harán necesaria una reorganización y revisión de las estructuras de la economía actual, así como de la distribución del trabajo. Tales cambios podrán quizás significar por desgracia, para millones de trabajadores especializados, desempleo, al menos temporal, o necesidad de nueva especialización; conllevarán muy probablemente una disminución o crecimiento menos rápido del bienestar material para los Países más desarrollados; pero podrán también proporcionar respiro y esperanza a millones de seres que viven hoy en condiciones de vergonzosa e indigna miseria.»

Derecho al trabajo y al desarrollo

El Pontífice también reitera el papel de la Iglesia en esta materia: «La Iglesia considera deber suyo recordar siempre la dignidad y los derechos de los hombres del trabajo, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos, y contribuir a orientar estos cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad.»

En esta Encíclica no solamente se defienden los derechos de los trabajadores sino que se esboza el tema del derecho al desarrollo como la clave para la convivencia pacífica de todas las Naciones del mundo y cuyo estancamiento se encuentra en la pobreza y en la inequidad social: «La distribución desproporcionada de riqueza y miseria, la existencia de Países y Continentes desarrollados y no desarrollados, exigen una justa distribución y la búsqueda de vías para un justo desarrollo de todos.»

Con esta posición, Juan Pablo II fue uno de los primeros en avizorar la doctrina internacional de los llamados «derechos colectivos» que, aunque se encontraban latentes en el convivir de la sociedad humana, comenzaban a emerger de manera vigorosa en la década de los años ochenta.

Con el examen de la situación socioeconómica actual, Juan Pablo II privilegia el trabajo como la actividad central para el desarrollo de toda sociedad: «el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre.

Y si la solución, o mejor, la solución gradual de la cuestión social, que se presenta de nuevo constantemente y se hace cada vez más compleja, debe buscarse en la dirección de «hacer la vida humana más humana», entonces la clave, que es el trabajo humano, adquiere una importancia fundamental y decisiva.»

Criticas al capitalismo

Sin embargo, critica también al «capitalismo», mirado solamente como un economismo materialista, en el cual la fuerza del trabajo de la persona humana no va más allá de ser un mero instrumento del aparato productivo: «Se sabe que el capitalismo tiene su preciso significado histórico como sistema, y sistema económico-social, en contraposición al «socialismo» o «comunismo». Pero, a la luz del análisis de la realidad fundamental del entero proceso económico y, ante todo, de la estructura de producción -como es precisamente el trabajo- conviene reconocer que el error del capitalismo primitivo puede repetirse dondequiera que el hombre sea tratado de alguna manera a la par de todo el complejo de los medios materiales de producción, como un instrumento y no según la verdadera dignidad de su trabajo, o sea como sujeto y autor, y, por consiguiente, como verdadero fin de todo el proceso productivo.»

El derecho a la paz

Ya en el capítulo IV de la Encíclica el Papa examina el derecho al trabajo como un derecho humano, consolidando así la doctrina internacional de los derechos económicos, sociales y culturales que se proclamaron desde 1966: «Estos derechos deben ser examinados en el amplio contexto del conjunto de los derechos del hombre que le son connaturales, muchos de los cuales son proclamados por distintos organismos internacionales y garantizados cada vez más por los Estados para sus propios ciudadanos. El respeto de este vasto conjunto de los derechos del hombre, constituye la condición fundamental para la paz del mundo contemporáneo: la paz, tanto dentro de los pueblos y de las sociedades como en el campo de las relaciones internacionales».

Con ello, reconoce también el derecho a la paz de los pueblos, subrayando otro de los derechos colectivos, que han sido proclamados particularmente por los países en desarrollo.

La Encíclica también destaca el derecho a un salario justo y a la sindicalización y condena la discriminación en el empleo por razones de sexo u otras condiciones sociales. Subraya el derecho de las personas con discapacidad a un trabajo digno que le permita una verdadera autonomía social y es contrario a la explotación social del trabajador migratorio.

En algunos discursos de sus innumerables viajes pastorales, el Papa fue muy crítico con las consecuencias negativas de la «globalización», y hasta llegó a afirmar que la pobreza e inequidad en una gran parte de países subdesarrollados tenían como causa directa el ejercicio de un «sistema capitalista salvaje».

La Encíclica «Redención del Género Humano»

En su primera Encíclica «Redemptor hominis», «»Redención del Género Humano» publicada el 4 de marzo de 1979, Juan Pablo II proclama el diálogo interreligioso y cultural, a través de la unidad. De alguna manera sus postulados doctrinarios constituían un reconocimiento implícito a la tolerancia religiosa y a la libertad de religión de toda persona humana: «La verdadera actividad ecuménica significa apertura, acercamiento, disponibilidad al diálogo, búsqueda común de la verdad en el pleno sentido evangélico y cristiano». «Es cosa noble estar predispuestos a comprender a todo hombre, a analizar todo sistema, a dar razón a todo lo que es justo; esto no significa absolutamente perder la certeza de la propia fe».

Libertad religiosa

Destaca el valor imperecedero de la «Declaración sobre la Libertad Religiosa» del Concilio Vaticano II, al señalar: «Gracias a ella, nos acercamos igualmente a todas las culturas, a todas las concepciones ideológicas, a todos los hombres de buena voluntad. Nos aproximamos con aquella estima, respeto y discernimiento que, desde los tiempos de los Apóstoles, distinguía la actitud misionera y del misionero.»

Condena el orden económico injusto

En esta Encíclica condena el orden económico injusto imperante al subrayar: «Drama exacerbado aún más por la proximidad de grupos sociales privilegiados y de los de países ricos que acumulan de manera excesiva los bienes cuya riqueza se convierte de modo abusivo, en causa de diversos males. Añádanse la fiebre de la inflación y la plaga del paro; son otros tantos síntomas de este desorden moral, que se hace notar en la situación mundial y que reclama por ello innovaciones audaces y creadoras, de acuerdo con la auténtica dignidad del hombre».

Reconoce el papel fundamental de las Naciones Unidas y la Comunidad Internacional en la promoción de los derechos humanos y las libertades fundamentales.
«En todo caso no se puede menos de recordar aquí, con estima y profunda esperanza para el futuro, el magnífico esfuerzo llevado a cabo para dar vida a la Organización de las Naciones Unidas, un esfuerzo que tiende a definir y establecer los derechos objetivos e inviolables del hombre, obligándose recíprocamente los Estados miembros a una observancia rigurosa de los mismos. Este empeño ha sido aceptado y ratificado por casi todos los Estados de nuestro tiempo y esto debería constituir una garantía para que los derechos del hombre lleguen a ser en todo el mundo, principio fundamental del esfuerzo por el bien del hombre.»

Libertad de conciencia y religión

A lo largo de la Encíclica, sigue destacando el tema de la libertad de conciencia y de religión, enfoque que ya se había proclamado en el Concilio Vaticano II: «Ciertamente, la limitación de la libertad religiosa de las personas o de las comunidades no es sólo una experiencia dolorosa, sino que ofende sobre todo a la dignidad misma del hombre, independientemente de la religión profesada o de la concepción que ellas tengan del mundo. La limitación de la libertad religiosa y su violación contrastan con la dignidad del hombre y con sus derechos objetivos.»

Derechos de las comunidades indígenas

La defensa de los derechos y de la dignidad de la persona humana no solamente se reflejó en sus escritos, sino en los discursos que pronunció durante sus innumerables viajes apostólicos. Cabe recordar su intervención hacia los miembros de comunidades indígenas del Ecuador, en enero de 1985, en Latacunga, cuando destacó la necesidad de reconocer sus derechos, no solamente individuales, sino colectivos, subrayando la necesidad de que se respete sus formas de vida y convivencia social, inclusive en lo relativo al ejercicio de su credo religioso. Juan Pablo II volvía entonces a contribuir a la doctrina de los derechos colectivos, al reconocer los derechos de los pueblos indígenas, que han sido proclamados por la Comunidad Internacional hace dos décadas.
En fin, la Humanidad ha perdido no solamente a un líder espiritual, sino a un humanista que avanzó más allá de la doctrina social imperante y que ha contribuido al diálogo entre las culturas y religiones de manera decisiva y, con ello, al respeto de los derechos individuales y colectivos de los pueblos del Planeta. Su legado, sin duda, es y será imperecedero para el pensamiento y el desarrollo humano de los individuos y de las colectividades del mundo entero.