ANTECEDENTES HISTÓRICOS
La libertad de expresión

Por: Dr. Marco Navas Alvear
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La centralidad de la comunicación: ¿desde cuándo?

La comunicación es central en la época actual. Lo ha sido a partir de la Edad Moderna. Así, fue a partir de algunos hechos históricos sucedidos entre los Siglos XV al SVII que la comunicación va adquiriendo un espacio propio en la sociedad y se «institucionaliza» en el sentido de que surge como una dimensión fundamental para la reproducción de las prácticas sociales. A la vez, la comunicación se constituye también como un agente fundamental de transformación de esa Modernidad.

La institucionalización de la comunicación se expresa en lo que Jürgen Habermas ha denominado constitución de la «esfera pública» como escenario de discusión de asuntos de interés común por parte de las personas y los grupos sociales, surgido en el contexto del estado moderno pero diferenciado de los espacios oficiales y estatales, así como de los ámbitos domésticos y privados. Esta esfera pública fue clave para la transición entre las formas de gobierno monárquicas y absolutistas y los sistemas democrático – burgueses que les sucedieron entre los Siglos XVIII y XX.

Esfera pública y participación

Para posibilitar la participación en este escenario público se requería de reglas explícitas que garantizasen tanto un potencial acceso universal a la actuación comunicativa por parte de la mayor cantidad posible de personas (integrantes de la sociedad), así como unas condiciones básicas de igualdad para esta actuación. En este escenario las personas participan con sus visiones particulares sobre aquellos temas de interés común, las que publicitándose a través del diálogo, generan una opinión pública.

De esta forma, a partir de la Modernidad, la comunicación pública constituyó el lugar de creación de un sentido social de las cosas que supera – o por lo menos intenta hacerlo- estas visiones privadas y monolíticas anteriormente imperantes. Las visiones compartidas generadas allí, en teoría, las recoge el Estado, produciéndose una valorización del papel de la opinión de los públicos en la toma de decisiones por parte de los gobernantes.

En suma, estas reglas de conducción del espacio público debían basarse en el reconocimiento, explícito por primera vez, de derechos subjetivos en materia de comunicación.

Al contrario de la Edad Media en que el espacio de la comunicación era «un coto limitado» en el que no se distinguía claramente lo público de lo privado, en el que se imponían restricciones a la comunicación «en nombre de un bien mayor que el individual: el de la religión verdadera, la soberanía del príncipe, el privilegio de la nobleza, el orden de la comunidad», en el moderno espacio público se comienza a valorar las virtudes de lo que Habermas llama la publicidad.

La importancia actual por la comunicación es entonces, esencialmente moderna, porque la Modernidad supone una apreciación particular por lo nuevo, por el descubrimiento o redescubrimiento y por la primicia de comunicar esas novedades.

La censura: ¿una cosa normal?

Frente a la tendencia normal a censurar lo que se dice, surge en la modernidad un principio diametralmente distinto: el de garantía de la libertad de decir ideas, de opinar como base del diálogo social. Esta constituye la primera forma positiva de derecho a la comunicación.

De manera complementaria a este interés en garantizar la expresión y opinión de las personas, que valoriza también la capacidad de razonar de las personas, se uniría la necesidad de proteger las formas en que la libertad de pensamiento se plasma. Este último aspecto tiene directa relación con el simultáneo proceso de extensión de la imprenta.

Con esta invención perfeccionada en su modalidad de tipos móviles por Johannes Guttemberg en Maguncia, entre 1440 y 1455, tuvo lugar un enorme acontecimiento cultural mediante la difusión cada vez más amplia de experiencias y conocimientos en soportes impresos. El desarrollo de la imprenta está asociado a varios fenómenos que ya hemos descrito: ascensión de la burguesía urbana, auge del comercio mercantil, conflictos religiosos y sociales, la pugna por la fijación de los poderes estatales e identidades nacionales, el apogeo de las doctrinas humanistas e iluministas y posteriormente el importante impulso tecnológico que en ese y otros campos supuso la Revolución Industrial.

Todos los procesos mencionados que decurren aproximadamente entre los siglos XV y XVIII, se realimentan entre si y constituyen el caldo de cultivo de las primeras libertades de comunicación, primeros enunciados que rompen el esquema censuratorio y excluyente en la materia.

De allí hasta ahora: ¡la censura a veces resurge!

Indudablemente, comunicar es una actividad central para la democracia y la vida social. Por ello es que la comunicación y particularmente la información son importantes para posibilitar una democracia con real participación y desterrar modelos autoritarios.

Este asunto, a veces, parece que se les pierde de vista a quienes ejercen el poder en varios ámbitos y funciones. En un texto anterior, destacamos la implementación de un Observatorio Ciudadano sobre el Congreso Nacional. Lamentablemente, días después de su inició, el personal de la agencia de noticias que alimentaba este Observatorio fue obstaculizado en su trabajo de obtener información. Actitudes como estas y prohibiciones de que quienes comunican lo hagan con libertad, no son favorables para la democracia.

En muchas ocasiones es necesario que las autoridades incluso reciban informaciones que puedan atentar contra su buen nombre, en cuyo caso, desde luego que disponen de recursos morales y legales para que se proceda a la rectificación respectiva, entre otros.

Lo que no es aceptable es que se censure la actividad de la comunicación, en ninguna forma. Confiamos en que cualquier actitud negativa que tienda a la censura de la información y a obstaculizar el derecho a saber de todos y todas, se rectifique.

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