DELINCUENCIA JUVENIL :
¿»Son siempre los mismos»?

Por: Lic. Osvaldo Agustín Marcón
Ex-Presidente Colegio Profesional
de trabajadores Siociales de la Provincia De Santa Fe – Argentina
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S UPONGAMOS PERTINENTE la siguiente afirmación: los sujetos menores que transgreden la legislación penal repiten inexorablemente tales conductas. Esto podría ser considerado sinónimo de la muy difundida idea según la cual los jóvenes que delinquen «son siempre los mismos». Una consecuencia de tal juicio es la instalación de la representación social que señala a tal grupo humano como uno de los motores centrales de la inseguridad urbana.

Otra consecuencia es la simplificación de la explicación causal.

El complejo vertebrado por las condiciones sociales críticas es devaluado como génesis del problema. Si aceptamos que todo se reduce a un grupo de jóvenes que repite por propia y libre decisión sus conductas a lo sumo podremos llegar a aceptar discutir sobre las condiciones socioeconómicas de tal grupo. Pero se minimiza la verdadera cuestión social, es decir que se quita responsabilidad a la progresión geomérica con que deterioran las condiciones sociales promotoras de conductas individuales hacia lo delictivo. Tal deterioro es social porque, precisamente y entre otras cosas, moldea modos del comportamiento humano (Durkheim). Entonces, antes que fijar la atención en tal diseminación (generación de más y peor pobreza) pareciera preferible pensar que «siempre los mismos» producen desajustes sociales.

Aunque sin afirmar que exista una relación mecánica de causa-efecto es irrebatible el dato estadístico según el cual, y no solo en Argentina, al aumento en las tasas de desocupación le sigue el aumento en las tasas de delitos. Es tan cierto que no todos los pobres son delincuentes como que casi el ciento por ciento de la población alojada en las instituciones del sistema de minoridad proviene de sectores empobrecidos o estructuralmente pobres. Y esto no puede ser tomado como un dato más. No son siempre los mismos sino que, por el contrario, las condiciones sociales reproducen muy velozmente el tamaño de la población menor de edad proclive a romper el orden jurídico. Si fueran ‘siempre los mismos’ el problema sería ‘controlable’. Y esto sin perjuicio de que puedan identificarse subgrupos caracterizados por numerosos antecedentes penales.

Son siempre los mismos

Ahora bien: la idea según la cual «son siempre los mismos» crea chivos expiatorios. Opera como mecanismo altamente funcional. Sirve para hipotetizar que si «son siempre los mismos» es porque falla o falta el escarmiento que algunos dispositivos institucionales debieran dar. Todo conduce a suponer que los dispositivos de control formal (policial y judicial) no están siendo eficaces, hipótesis que algún acierto encierra pues es razonable suponer que el sistema de minoridad no está dando las respuestas que la ciudadanía exige. Pero así se crea otro chivo expiatorio pues es irrazonable pretender eficacia de un sistema que no fue pensado para la tarea que se le encomienda. El sistema de minoridad está pensado para reparar a pequeña escala derechos sociales vulnerados pero no para transformar un sistema social: una pala no es eficaz para sembrar un campo.

Por otra parte si realmente fueran «siempre los mismos» el sistema sólo debería soportar la presión del crecimiento demográfico. Sin embargo el colapso aparece al, como se dijo, dada la crisis social estructural, atribuírsele potencialidades que no le son propias.

La idea según la cual «son siempre los mismos» es inclusive difícil de sostener estadísticamente. Anualmente son judicializados varios miles de sujetos menores por causas penales. Si anualmente tales miles reincidieran necesariamente estaríamos ante un estado de cosas materialmente inimaginable. Pensemos que se trataría de miles de un año sumados a miles de otros. Tales miles no tienen relación numérica con la cantidad de jóvenes actualmente institucionalizados pues no necesariamente reinciden por lo que reciben tipos de Tratamiento Tutelar en estado de libertad ambulatoria o simplemente basta la intervención familiar para que los hechos no se repitan.

Luego, la saturación de las cárceles de adultos, se explica por las mismas razones sociales antes que por la inexorable naturaleza delictiva de algunos Sujetos. No hay información estadísticamente tratada que pruebe que los miles de Sujetos Menores anualmente judicializados culminen alojados en cárceles siendo adultos. Nada demuestra relaciones indiscutibles entre crecimiento demográfico y crecimiento de la población carcelaria. Sin embargo hay muchos indicadores que autorizan a sospechar que el crecimiento de la pobreza sí incide sobre el incremento de la población carcelaria. Entonces, la hipótesis más convincente es aquella según la cual la mayoría de los presos adultos son productos de viejas y nuevas precariedades sociales antes que de ‘televisivas’ trayectorias delictivas que existen pero no conforman una regla general.

Ni más ni mejor control formal resolverán el problema.