Por: Lic. Osvaldo AgustÃn Marcón
Ex-Presidente Colegio Profesional
de trabajadores Siociales de la Provincia De Santa Fe – Argentina
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E L VOCABLO «BUROCRACIA» suele descalificar aquellos procedimientos administrativos que para satisfacer requerimientos ciudadanos exigen esfuerzos considerados desproporcionados, innecesarios, y por ende carentes de legitimidad ante el usuario. Pero en el sentido originario el término ‘burocracia’ remite a un sector social formado por los dependientes del Estado, elevados a la condición de clase social por parte de algunos autores. Utilicemos esta última acepción.
Ahora bien: todas las instituciones son gobernadas según conjuntos de normas explÃcitas e implÃcitas que son operativizadas mediante dispositivos especÃficos. Asà constituyen sistemas burocráticos, pero no en el sentido peyorativo del término sino en cuanto sistemas de regulación de dichos ámbitos especÃficos. De un modo u otro allà reside el discurso de la institución. Es tal sistema el que posibilita conductas que hacen a la razón de ser de la institución, la justifican cotidianamente, aseguran su subsistencia y Âtambién- responden a los objetivos que justificaron su creación.
Aunque sin pretender una definición precisa recordemos que la palabra ‘psicosis’ alude a tipos de trastornos psicológicos caracterizados por una afectación intensa del juicio de realidad con importante incapacidad para distinguir mundo interno de mundo externo, lo que incluye las relaciones consigo mismo y con los demás. Suelen aparecer trastornos en la percepción e incapacidad para controlar los impulsos como asà también para organizar y reorganizar las funciones. El Sujeto que la padece construye un orden al que atribuye significaciones no consensuadas pero que para él funcionan como reales, es decir como parte de lo socialmente acordado aunque constituyan un orden estrictamente personal.
Imaginemos ahora la escena que intenta transmitir el siguiente esquema conceptual:
En la recepción de un organismo público destinado a trámites administrativos el empleado no se dedica a sus funciones especÃficas sino que, plenamente convencido de la pertinencia de su labor, predica mandatos espirituales de habitantes de una tribu africana que Âdice- son la autoridad de esa institución. La piedra basal de su argumento estarÃa en inalcanzables confines de la razón, bastante al margen de los consensos colectivos.
En la escena propuesta circulan dos órdenes discursivos. Uno real (tomando el término en su sentido lato) vinculado a lo que corrientemente se espera de la institución según las necesidades del ciudadano. Y otro orden no-real, sostenido por el empleado. En este último discurso se puede presumir la condición psicótica. O dicho de un modo más popular: el empleado serÃa el loco de la escena. Aceptemos el precario ejemplo para dar por comprendido lo substancial de la idea y avanzar hacia la fase que sigue. Aceptemos entonces que el loco se enajena, se pone en manos de una lectura errónea de la realidad. Y actúa determinado por ella, sin posibilidad de opción.
Apelemos ahora a otro ejemplo , un poco menos loco, más fácil de encontrar en la realidad, que puede considerarse exagerado pero permite imaginar un listado de otras situaciones cotidianas que aunque menos extremas operan dentro de la misma lógica: una persona pugna por lograr el reconocimiento de un derecho (una jubilación, una vivienda, justicia, salud, etc.). El trámite se prolonga tanto que al momento del beneficio la persona ya ha fallecido. O aún sin llegar a morir debió invertir parte de su vida en la construcción de ese prolijo expediente. Allà aparece el objetivo institucional vulnerado o violado, cumplido de un modo precario o lisa y llanamente no alcanzado. Imaginemos que tal incumplimiento se generaliza hasta lÃmites que le quitan legitimidad a la institución ante la ciudadanÃa a la que se debe. Para justificarse la institución acude a un cierto determinismo: «es que asà es el trámite, asà debe hacerse». El sistema se aliena, renuncia a toda creación, se pone en manos de una concepción no vinculada eficazmente con la realidad y, sin embargo, no es puesto en duda. Se substancializa el trámite transformando la satisfacción de la necesidad en mero accidente.
Observamos también aquà dos órdenes: Uno es el de lo ‘real’, el de la necesidad cuya satisfacción correspondÃa por derecho y que es efectivamente sentida por el ciudadano. Otro es el ‘no-real’, especie de masturbación intelectual-administrativa que se satisface a sà misma pero no fructifica en la relación con el Sujeto que lo reclama. Es el que se nutre de sus propios recovecos y embrollos, idas y venidas, sellos y papeles membretados que sólo garantizan su supervivencia pero poco o nada garantizan al ciudadano. Se trata de un orden abstracto, difÃcil de entender y comprender para quien no subsiste por él y gracias a él. La piedra basal de su argumentación, su legitimidad última, como en el caso de la tribu africana, aparece en inalcanzables confines de la razón, bastante al margen de los consensos colectivos.
Repasemos algunos elementos a los que alude el término ‘psicosis‘ : distorsión grave del vÃnculo con la realidad, confusión entre lo que sucede realmente y lo que el sujeto piensa que sucede, percepciones deformadas, dificultades para premeditar las acciones, descontrol sobre las funciones.
Ahora bien : hemos nombrado un orden ‘real’ y un orden ‘no-real’ y hemos adudicado uno al empleado que ‘habla’ de la autoridad de la tribu africana y otro a la misión de la institución a la que pertenece ¿qué discurso gobierna el trámite ejemplificado que trae el beneficio luego de la muerte? ¿cuál es el discurso sano y cuál el discurso enfermo? ¿cuál el cuerdo y cuál el loco?
Alejemos cualquier confusión: hemos pensado sobre la salud de personas (jurÃdicas) que afecta la salud de otras personas (fÃsicas). Pero no se pretende un diangóstico mediante este artÃculo. Obviamente patologÃas institucionales no pueden ser linealmente analizadas a través de teorÃas pensadas para patologÃas humanas. Aquà solamente se han señalado sorprendentes relaciones conceptuales entre ambos órdenes. No alcanza ni para el enfado de unos ni el regodeo de otros. Apenas puede haberse logrado una pobre metáfora de complejos mundos de computadoras, máquinas de escribir, lúgubres oficinas y oscuros expedientes.
Pero de todos modos ¿le parece aceptable el tÃtulo del artÃculo?