Por: Dr. Juan Carlos Pérez Vaquero

Editor de la revista española Quadernos de Criminología

Comenzó a finales del siglo XIX, con dos protagonistas –el pueblo de Cuba luchando por su independencia y los EE.UU., dando las primeras muestras de querer ser una potencia mundial– y un convidado de piedra –España– sumida en plena crisis e incapaz de asumir que ya no existía aquel imperio de los Austrias donde no se ponía el sol.

En 1868, el “Manifiesto del 10 de octubre” fue un documento de los independentistas cubanos donde denunciaban la opresión de las autoridades españolas que –según decían– gobernaban la Isla “con un brazo de hierro ensangrentado, privada de toda libertad”. Aquel manifiesto fue el punto de partida de la “Guerra de los Diez Años” que finalizó en mayo de 1878. A partir de entonces, se inició la llamada “Tregua Fecunda”; diecisiete años que transcurrieron entre la firma de aquella paz sin independencia y el estallido de la insurrección, el 24 de febrero de 1895.

Cuando el Gobierno de Madrid comprendió que la única vía para conservar la isla caribeña pasaba por conceder a Cuba un régimen autonómico, la “Constitución colonial” llegó demasiado tarde y los desórdenes continuaron. Aquella inestabilidad fue la excusa perfecta para que los EE.UU. intervinieran en la Gran Antilla.

El 15 de febrero de 1898, el acorazado “Maine” de la Armada estadounidense, fondeado en la bahía de La Habana, estalló causando más de 250 muertos. Washington había enviado el buque tres semanas antes, oficialmente, con el pretexto de garantizar los intereses norteamericanos durante el conflicto hispano-cubano; oficiosamente, para satisfacer sus ambiciones en la isla. Muchos historiadores –la teoría de la conspiración siempre está presente– consideran que aquella explosión fue un incidente “autoprovocado” por los propios EE.UU. para entrar en el conflicto declarando la guerra a España y, por efecto dominó, lograr otras posesiones estratégicas como Puerto Rico y las Filipinas.

En el Congreso norteamericano, el presidente McKinley logró que la Cámara aprobase la intervención de su país en Cuba, gracias al incidente del “Maine”, declarando la guerra a España.

El conflicto fue muy rápido, apenas 10 meses, y el 10 de diciembre de 1898 se firmó en París el Tratado que dejaba las ex colonias españolas en manos de los EE.UU. Un mes después, el General Brooke se convirtió en el primer gobernador “yanqui” de Cuba. Entre sus primeras medidas, prescindió de la Asamblea de Representantes y disolvió tanto al ejército como al Partido Revolucionario.