Derecho PolÃtico
Alegato contra el populismo
CrÃticas al modelo
polÃtico de la demagogia, le simbolismo y el malgasto del erario público.
Similitudes entre la Italia fascista, el peronismo en Argentina y el chavismo
venezolano. La seducción al pueblo versus la necesidad de reconstruir la trama
social y producir un cambio cultural.
Autor: Pablo Rossi*
Tiene
la fisonomÃa de la manzana envenenada reluciente y apetitosa por fuera hasta el
primer bocado: el corto plazo, en el júbilo inicial del hambriento. Es el
momento en que otorga soberanÃa simbólica y discursiva ?al pueblo?. Pero se
torna alimento chatarra, tóxico y contaminante a largo plazo, cuando termina
arrasando con libertades individuales, con anticuerpos legales y con el
equilibrio básico de poder en una república. En el final siempre se desmorona
amargamente, multiplicando el despilfarro económico que lo volvió popular para
la mayorÃa justificante que le abrió las puertas del poder.
¿De
qué fenómeno estoy hablando? Del populismo, un virus multiforme convertido en
pandemia. Formidable agente transmisor e incubador de corrupción y de
autoritarismo en todas sus variantes. Ilusorio vehÃculo de prosperidad que
consolida el empobrecimiento crónico como herramienta de dominio. Excusa fácil
del demagogo, instrumento tentador del cÃnico para empoderarse y saquear en
nombre del pueblo. Pero, fundamentalmente, una tara cultural que destruye
valores a su paso, socavando cualquier principio básico de responsabilidad
individual frente a las consecuencias de los actos propios.
El
populismo es una deformación utilitaria del campo popular a favor de una
oligarquÃa de dirigentes que se apropian del sÃmbolo ?pueblo? para usarlo como
patente de corso en función de sus intereses y ambiciones. Representa un abuso
de sentido y una perversión polÃtica como cultura autoritaria de poder. Lo que
la demagogia es para la democracia, una degeneración de las relaciones libres
entre los ciudadanos y el Estado, que muta en extorsión crónica del lÃder sobre
la carencia del necesitado.
De
allà que le primer propósito de este nuevo alegato es hacer una biopsia
simbólica pero inequÃvoca en el cuerpo social infectado. El momento es ahora,
cuando el ciclo populista está sucumbiendo
en una guerra de facciones internas que lo desnudan, envuelto en sus
mentiras insostenibles, en sus estadÃsticas falsas, en sus auto -alabanzas
estériles, en la explosión de sus abusos institucionales, en el extremo de su
temeridad polÃtica y de su fracaso económico.
Este
no puede ser otro que un trabajo preventivo para extraer e identificar el ADN
que permitió la animosa propagación populista. Aceptar y entender el atractivo
encanto que produce para millones de personas que lo abrazan con legÃtima
convicción o mera conveniencia. Su
justificación militante con expresiones de fanatismo cuasi religioso. Entender
la alquimia que se establece entre su poder de seducción distributiva y de destrucción institucional.
Lo
que propongo no es otra cosa que una tarea sanitaria que permita esclarecer el
protocolo de acción frente a una septicemia cultural que debilitó nuestra
democracia y nos enfermó a todos.
Hoy,
cuando las evidencias se vuelven asfixiantes, cuando los conversos ejercitan
sus mejores saltos para desconocer aquello que justificaron a viva voz, cuando
parte de la sociedad observa con pavura aquello que aprobó, votó, convalidó en
silencio o disfrutó sin cuestionamiento alguno. Cuando ya no quedan ni las
migajas de lo que se repartÃa dadivosamente como maletÃn de malhechores supuestamente justicieros. Cuando el identikit
de los delincuentes se parece demasiado a ciertos rostros que nos gobiernan?
solo nos queda el esfuerzo titánico de la reconstrucción.
Nos
debemos un inventario del robo organizado, de las falsificaciones utilizadas,
de las instituciones pervertidas, de los métodos usados para la cooptación de voluntades y de las divisiones sociales
promovidas con fines de lucro. Es urgente establecer la toxicidad de la
herencia que deja el ciclo polÃtico que se resquebraja sacudido por espasmos de
su propia violencia. Es imperioso recuperar el oxÃgeno de la paz y el espacio natural de la convivencia
en diversidad.
Es
tiempo de despintarse los rostros y salir de las trincheras que cavamos para
una guerra promovida por alquimistas del rencor en beneficio propio.
El
populismo es, por naturaleza, antiliberal.
Necesita
inventarse ?un Pueblo? y un lÃder a su medida, con discurso hegemónico y
simbologÃa propia para fusionar y subordinar en él a todos los individualismos
autónomos que se atrevan a cuestionarlo. En su expansión procura alcanzar el
tono y la apariencia de una nueva religiosidad secular, donde no hay adherentes
sino fieles, donde no hay suscriptores libres son vÃctimas, heridos y
ciudadanos con algún resentimiento redituable sometidos por algún tipo de Mal a
combatir.
Justamente
en los últimos 20 años de la historia latinoamericana un tipo especial de
populismo ha proliferado en sociedades quebradas y decepcionadas con las
democracias liberales que, entre la corrupción o el contubernio del sistema de
partidos polÃticos, debilitaron el funcionamiento de las instituciones y la
creencia de la ciudadanÃa en sus virtudes.
AllÃ,
como se ha dicho, medra el lÃder populista. Aparece desde la cenizas de esos
incendios para reivindicar la representatividad de los malheridos, los sufrientes, los parias de un modelo de
sociedad que se volvió hostil contra sà misma e inhabitable para su pueblo.
La
promesa de manual del lÃder populista es restaurara el orgullo, devolver la
dignidad, recomponer la cohesión comunitaria perdida tras haber encontrado ?o
retomado- ?el buen camino? que solo el
lÃder conoce o es capaz de transitar como guÃa de ese rebaño asustadizo y
anarquizado por el fracaso. A cambio, pedirá lealtad, obediencia de los preceptos
fijados como reglas propias y defensa incondicional frente a los ?otros?,
aquellos que no acepten con sumisión o
silencio el predominio de ?la hora del pueblo?.
AsÃ
se conforma el núcleo básico del discurso populista que, en la medida en que
vaya obteniendo consenso mayoritario de la mano de beneficios económicos
reparadores ?generalmente en forma de subsidio directo- a sus fieles, agudizará el tono cuasi
religioso de su misión y el maniqueÃsmo frente a quienes lo rechacen o
pretendan establecer relaciones de paridad, lÃmites o control de su expansión.
El fin último de la homogeneización de la sociedad bajo la férula del discurso
y de la acción coactiva. Por convencimiento genuino o por la fuerza.
Es
al vÃa que siguieron muchos regÃmenes del siglo XX que corroboran al repetición
del método. Un menú que va desde nacionalistas carismáticos cohabitando con
débiles reglas republicanas hasta simples déspotas o dictadores convertidos
en verdaderos asesinos seriales.
¿Qué
pudieron tener en común ?sin olvidar particularidades históricas y contextos
diversos- la Italia fascista de
Mussolini con la dictadura de Salazar en Portugal; el recorrido de Primo de
Rivera en España, la guerra civil que desemboca en el franquismo con la
irrupción del peronismo en Argentina; la preeminencia nacionalista de Getulio
Vargas en Brasil o la larga vida del Partido Revolucionario Institucional (PRI)
con el emblemático actual chavismo
venezolano?
Respuesta
tentativa: la fórmula repetida que parte de un núcleo duro de pulsiones
populistas, un ADN común que logra desarrollos diversos según las
caracterÃsticas del ecosistema social y las condiciones objetivas e histórica
donde se desarrollaron esas experiencias.
Y
es justamente en ese núcleo celular de la génesis populista el lugar desde
donde se pueden extraer las muestras de laboratorio para entender las claves de
su desarrollo posterior. En esa exploración, creo que ?la acción maniquea?
?entendida como voluntad polÃtica de dividir el campo social, económico,
polÃtico y cultural bajo las categorÃas de El Bien El Mal-
es el elemento primordial de la operación populista, el norte a seguir y
la atmosfera indispensable para dar vida a su ambición.
Para
los adoradores y apologetas ?el caso de Ernesto Laclau (1935-2014), teórico
argentino post marxista autor de ?La razón populista?- no hay liderazgo
revolucionario y transformador sin ese planteo de confrontación y antagonismo
llevado a la máxima expresión posible para construir poder real. Claro que
desde la comodidad algo irresponsable de sus burbujas teóricas ?que convocaban
a la concreción material de un revolucionario populismo latinoamericano- no
debieron (o no quisieron) reparar en el profundo daño que ese método netamente
utilitario puede llegar a infligir en el tejido social a largo plazo.
Y
allà está la trampa al desnudo. El populismo es también, por definición, corto
plazo y efectismo en el puro y presente, aunque sus lÃderes sueñen con la
perpetuidad y la coronación de la historia. Su duración suele depender
exclusivamente del tiempo en que tarda el voluntarismo en malgastar recursos
económicos que luego no puede reproducir
mediante generación de riqueza genuina bajo reglas mÃnimamente equitativas.
La
mayor paradoja de la celada populista es
que, si bien su lógica es puro presente, corto plazo y despilfarro, sus efectos
corrosivos, tanto en el plano educativo- cultural como en el económico
polÃtico, perduran largo tiempo y las heridas causadas por el enfrentamiento
social en el tejido comunitario cicatrizan
con lentitud. Una tardanza que el mundo lÃquido y veloz que nos toca
protagonizar no perdona ni excusa.
Por
lo tanto, las sociedades abrazadas a populismos retardatarios en pleno siglo
XXI corren más riesgos de desintegración y colapso en plazos más cortos.
*PERIODISTA. Autor de ?Populismo, Nunca
Más- Alegato por la República? (El Emporio Ediciones).
R. Noticias. Buenos Aires- Argentina.-
Autorizado para esta R. Judicial.