¿ Todos los pobres son delincuentes ?

Por: Lic. Osvaldo Agustín Marcón
Ex-Presidente Colegio Profesional
de trabajadores Siociales de la Provincia De Santa Fe – Argentina
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S EÑALAR LA RELACIÓN QUE EXISTE entre el incremento de la pobreza y el aumento en las tasas delictivas no significa afirmar que quien afronta carencias materiales necesariamente se dedicará a cometer transgredir la ley. Si bien ocurre, tal conducta no puede constituirse en categoría explicativa de la mencionada ligazón.

Cuando el problema se reduce a preguntas del tipo «¿el pobre delinque para comer?» se induce a contestaciones tales como: «no, porque muchos roban cosas que no son para comer». Así se prepara el corolario de perfil lombrossiano que no se hace esperar: «Es que los que roban es porque ya son ladrones». Ante tal afirmación valdría señalar que es cierto que no todos los pobres son delincuentes pero también es cierto que cerca del ciento por ciento de la población alojada en las instituciones carcelarias proviene de sectores empobrecidos o estructuralmente pobres. Tal dato algo indica.

Otras ideas dominantes podrían evocarse mediante la siguiente formulación: «si la pobreza genera delincuencia dando trabajo se supera el problema». Tal juicio omite que cuando la pobreza se instala en una comunidad erosiona integralmente la condición humana pues el Hombre es un ser de necesidades que deben ser satisfechas. Tratemos de verlo:

Desde la perspectiva del ciudadano pauperizado las normas, incluidas las jurídicas, tienden progresivamente a perder operatividad, sentido y legitimidad en cuanto límites que dan forma a la vida en civilización. Cuesta ver en ellas fuentes de calidad de vida. Se produce entonces un vaciamiento simbólico. La norma pasa a representar algo del mismo orden pero de diferente grado en relación a lo que representa para el ciudadano no pobre. Imaginemos, por ejemplo, al poseedor de un lujoso automóvil y al ‘ciruja’ conductor de un carro: ambos saben que no pueden circular sin luces pero ¿para ambos significa lo mismo tal norma?

La pobreza material estructura vidas en las que la urgencia por subsistir lleva a empujar las normas hacia el límite que el Sujeto transgredirá con mayor facilidad al comprobar que sus derechos sociales no son alcanzados por garantismo alguno. La violación tiende a constituirse en norma sustituta y único sistema que asegura la subsistencia, única vía para de ser alguien, ejercer un rol y disponer de un lugar reconocido dentro de la exclusión. Se da una estratificación simbólica diferente, usualmente invisible a los ojos del ciudadano socialmente incluido.

Parafraseando al cientista social Alfredo Moffat valdría recordar que la ‘picardía criolla’ es una expresión múltiple. Puede explicar aspectos de nuestro fracaso como Nación pero también debe ser entendida en cuanto expresión de salud mental o conducta que fue necesaria para ‘aguantar vivo’ en un contexto históricamente hostil. Tal explicación podría extrapolarse: para ‘aguantar vivo’ en un contexto de muerte hacen falta herramientas eficaces.

Para comprender de qué modo opera la pobreza como transgresión constructora de transgresiones puede prestarse atención al grado de deterioro que supone la existencia de niños, adolescentes y jóvenes que ya son hijos o nietos de ciudadanos que nunca integraron la categoría de ocupados plenos. Es necesario tener presente cuánto se empobrece la cotidianeidad de una persona, de una familia o de un barrio al perder el empleo estable como estructurante de la cotidianeidad. La vida cambia de horarios, de orden, de consumos, de ánimo, de rituales, de mitos y fantasías. Otras modalidades se entronizan regulando días y noches, posibilidades y límites, bolsillos, ollas y cuerpos. Tales prácticas imponen aprendizajes sobre la base de nuevos modos de entender la eficacia de las conductas sociales. La consigna es subsistir. Si ella permanece a lo largo de años, tiende a estabilizarse. Y con ello a instituirse con rango normativo. En este punto ya se configuran otras identidades, otras subjetividades, otras tramas familiares y otras representaciones sociales: en definitiva otras regulaciones.

A ello se alude cuando se afirma que la pobreza tiene relación con el crecimiento y permanencia del delito. Es decir a su impacto sistemático, reorganizador y continuo más que a su poder de disuasión lineal del tipo ‘no tengo para comer y entonces salgo a robar’. Progresivamente la transgresión aumenta en calidad y en cantidad según la presión de las necesidades. Se estratifican las transgresiones y se llega a los delitos más graves.

Siempre alguien entronizará el ejemplo de la persona que a pesar de la pobreza se proyectó mediante su esfuerzo personal. Allí subyace la concepción liberal: suponer que todo depende del Sujeto por lo que tras la fachada de reconocer su singularidad se niegan las singularidades de la inmensa mayoría que perece aplastada bajo la aplanadora del darwinismo social: ‘si ese Sujeto se salvó, que los que puedan hagan como él’. Pero la mayoría no tiene con qué. Y si tal procedimiento fuera viable no sería necesario el orden de la civilización (la cultura, el estado, el orden ético, el orden jurídico, etc.). No se requeriría ningún tipo de protección para los más débiles ante los más poderosos.

En definitiva negar la relación pobreza-delincuencia es negar el equilibrio en la satisfacción de necesidades como condición previa para sancionar luego conductas culturalmente nocivas. No se trata de vivir sin ley sino, muy por el contrario, de garantizar marcos regulatorios con sentido para todos. Por ello sin lucha contra la pobreza cualquier pelea contra la delincuencia está perdida de antemano.