Criminalidad
de la infantoadolescencia:
Factores
criminógenos externos
Autor:
Dr. Alfonso Zambrano Pasquel
Introducción
La pertenencia del infante y del adolescente a un
determinado estatus social y económico, asà como la pertenencia a un sector polÃtico
de privilegio, son variables que deben ser apreciadas con objetiÂvidad, aunque
se diga que el medio económico puede determinar el tipo de delito, pero no la
delincuencia en sÃ. El fenómeno de la estructura del medio-socioeconómico en el
que desenvuelve sus actividades el menor no puede ser minimizado.
Lo que ocurre es que son los menores de menos recursos,
los que soportan la represión social formal a través de la intervención
policial, o del sistema de justicia penal de menores, o de la reacción social
informal en hogares incompletos, con deserciones escolares; y una crÃtica en
más de uÂna ocasión implacable de los medios de comunicación.
Cuando se pretende encontrar factores que expliquen la
criminaliÂdad de la minoridad por la pertenencia a un determinado estatus socio
económico, apreciamos explicaciones en algunos momentos que resultan hasta
contradictorias. Asà un autor sostiene:
«La ideologÃa marxista, como se sabe, atribuye a las
precarias conÂdiciones económicas un papei importantÃsimo en la génesis de la
crimiÂnalidad. Esta teorÃa aunque no sea parcialmente exacta, es a nuestro paÂrecer
demasiado simplista, en cuanto sólo un reducido grupo de delitos puede ser
referido a la indigencia. Los crÃmenes provocados por la pobreÂza económica
pertenecen en realidad sólo a los estratos deprimidos de la población y se
terminan casi completamente en el ámbito de la pequeña criminalidad»[1].
Las afirmaciones que precedentemente hemos insertado,
tienen coÂmo fin que no se llegue a maximizar el factor económico, al que se le
recoÂnoce una matriz criminógena; sino que se trate de buscar un punto de equiÂlibrio
en la correlación de los diferentes factores, esto es que se tomen en cuenta
los factores fisiopsicológicos del individuo y las influencias amÂbientales que
se producen en el seno del reducido cÃrculo de familiares y amigos, e incluso
las que provengan del medio escolar que tiene un imporÂtante rol.
Móviles
de la conducta criminal juvenil
El profesor Eugenio González González trata de explicar
los móviÂles de la conducta criminal juvenil, en razón de la pertenencia a un
estaÂtus o a otro, afirmando:
«a) Los que proceden de la clase social alta. A
grandes rasgos se poÂdrÃa decir que los menores que salen de las filas de los
status económicaÂmente altos o medios suelen actuar por hambre de cariño, de
atención de sus padres… que tienen tiempo para todo y descuidan o abandonan
la oÂbligación de educar y estar cerca de sus hijos… De esta delincuencia
poco o nada se sabe, porque los padres de los menores, con tal de no verse invoÂlucrados
en un escándalo, compran a cualquier precio el silencio de las vÃctimas de sus
hijos…
b) Los que proceden de las clases sociales bajas o muy
bajas. Los meÂnores que proceden de estas clases sociales, además de carecer
?normalÂmente? del cariño, protección, ayuda y apoyo de sus padres desde su más
tierna infancia…carecen normalmente también del dinero de sus padres para
comprar el silencio de sus vÃctimas. Esta es la delincuencia juvenil
«callejera» de la que se habla y sobre la que se hacen las estadÃstiÂcas»[2].
El profesor ecuatoriano Francisco Dalmau Gavilanez en un
trabajo que hemos podido consultar, hace afirmaciones en cuanto el entorno soÂcioeconómico
en el que vive el menor, con condiciones que no han mejorado en nuestro medio
ni por votos piadosos, sino que antes por el contrario me atrevo a sostener que
se han empeorado, lo que convierte en caldo de culÂtivo el medio
socioeconómico. Hay un agravamiento del medio con conÂdiciones de pobreza que
originan una vivencia inmunda, escasa alimenÂtación, promiscuidad y falta de
distracciones sanas.
«La falta de trabajo de los padres, lanza a los
niños a buscar el susÂtento por propia iniciativa. Los más se dedican a la
mendicidad, al robo al descuido; otros a la realización de toda clase de
tareas. Nuestro CóÂdigo del Trabajo prohÃbe la labor de los menores. Sin
embargo gran canÂtidad de niños están empleados en talleres, fábricas, almacenes,
plazas y casas particulares.
«El trabajo prematuro del niño produce la despauperización
del mismo, que se agota con esfuerzos a los que no está acostumbrado. Su inÂfluencia
nociva no sólo hace mella en su cuerpo sino que el contacto con oÂbreros
adultos no suele ser del todo favorable. Desde luego, esta influenÂcia es menos
nociva que la de la calle»[3].
El
medio ambiente
El profesor Luis RodrÃguez Manzanera nos recuerda que el
medio ambiente por sà solo no es capaz de producir delincuencia, pero califica
al ambiente como cómplice, y al criminal como el microbio que se desarroÂllará y
evolucionará en ese caldo de cultivo. Afirma igualmente que con respecto el
medio ambiente, éste comprende: al trabajo, la policÃa, la vagancia, la
mendicidad y el urbanismo[4].
Con respecto al trabajo, debemos mencionar que aunque la
ley prosÂcriba el trabajo de la minoridad o que lo limite en situaciones
excepcioÂnales, lo cierto es que en nuestro paÃs el menor trabaja sin ningún
tipo de protección, que no sea la teórica que le proporciona formalmente el
código del trabajo. Los esfuerzos, para dar protección al menor en este nivel
también se pierden porque no existe la adecuada infraestructura para velar por
un trabajo idóneo. No conocemos cifras estadÃsticas oficiales de menores que
presten servicios de manera subordinada, menos aún la canÂtidad de menores que
laboren de manera autónoma, esto es sin patrono y bajo las formas ya conocidas
de sub-empleo como venta de números de loÂterÃa, lustrada de zapatos, venta de
cigarrillos, voceada de periódicos, etc.
Hay determinados tipos de trabajo que pueden ser calificados
como criminógenos, esto es aquellos que se desarrollan en centros de vicios, coÂmo
prostÃbulos, cantinas, cabarets, expendio de bebidas alcohólicas. Este medio
laboral extra familiar es criminógeno.
La policÃa puede también convertirse en medio
criminógeno, cuando por ej. actúa en labores únicamente de represión a los
menores de edad que deambulan por la ciudad porque se han convertido en
«los hijos de la caÂlle», y ese es lamentablemente su propio hábitat,
no tiene ni conoce otro. Esta falta de comunicación policial genera conflictos
psicológicos de auÂtoridad, porque el pequeño va a reaccionar negativamente en
contra del agente de la autoridad en quien va a encontrar un enemigo.
Tal vez lo aconsejable serÃa contar con una policÃa de
menores y una estrecha relación de ésta con trabajadores sociales. Los
Congresos de NN.UU. se han pronunciado por la necesidad de crear una policÃa
espeÂcializada para controlar el área de la criminalidad de la minoridad, pero
sabemos que esos buenos intentos, son solamente eso.
En nuestro medio es grave la situación de la mendicidad y
la vaÂgancia sin que se hayan dado propuestas alternativas, para tratar de
a-tender adecuadamente el espectro negativo, de la delincuencia de menoÂres y
por supuesto de las bandas y pandillas juveniles. Es doloroso el cuaÂdro de los
menores de edad que en los sectores céntricos de la ciudad se dedican a
solicitar dinero a los transeúntes, o que tratan de limpiarle los vidrios, o se
dedican a espectáculos de gimnasia. Estos menores terminan por agruparse y allÃ
vamos a encontrar un germen para explicar lo de las bandas y pandillas.
También se considera al urbanismo como un factor
potencial de criÂminalidad, porque hay una invasión del campo a la ciudad que
ha sido castigada polÃticamente, sin poder atender la prestación de servicios
básicos que le son exigidos. Las ciudades que tienen una gran densidad
poblacional son más criminógenas que aquellas que no han sufrido el imÂpacto de
la invasión y el precarismo urbano.
El ambiente que rodea al individuo va a influir sobre él,
incluso el tipo de actividades que realice como las que tienen que ver con los
medios de comunicación conforme lo apreciaremos posteriormente. El problema de
la delincuencia juvenil debe centrarse en dos estructuras tÃpicas: en la esÂtructura
individual de la personalidad delincuente, y en la estructura ambiental en la
que ese delincuente nace, crece y se desarrolla. A esto lo calificamos como un
proceso de simbiosis criminal.
Las
diversiones y los medios de comunicación
Con razón se dice que al lado de la familia, el rol de la
escuela es de una importancia capital, porque es la segunda fase de
socialización del menor; más debemos admitir que las condiciones precarias en
las que se desenvuelve el proceso educativo oficial, sin la infraestructura
mÃnima adecuada es un obstáculo simplemente insalvable. Sin dejar de reconocer
la importancia de la escuela, al igual que la del barrio en el que crece y se
desarrolla el menor, que se puede también convertir en un factor criminóÂgeno
por las condiciones del mismo, no nos hemos detenido mayormente en estos
sectores que bien pueden ser ubicados como parte del medio ambienÂte.
Uno de los segmentos olvidados, en una hipotética tarea
de rehaÂbilitación del menor delincuente, y de una polÃtica de prevención de la
criminalidad de los jóvenes, es el que tiene relación con la ausencia de
diversiones no criminógenas. Pero este es también un problema insoluble porque
su génesis es de orden estructural y su solución depende de una aÂdecuada
infraestructura social.
Con qué sitios de diversión cuenta el menor de edad en
nuestro meÂdio? Tal vez con los billares o las casas de tolerancia y
prostÃbulos que funcionan a menos de 200 metros de las escuelas y colegios, no
obstante que existe un reglamento que en la práctica no se cumple porque
afectarÃa los beneficios que le brinda una sociedad de consumo de este modelo?
Es común y corriente encontrar a menores en billares, o
en otros sitios en que funcionan máquinas electrónicas para juegos de video. Lo
que se le puede brindar como alternativa conlleva un cambio incluso de mentaliÂdad,
pues por lo general se trata de menores que pertenecen a los sectores de
menores recursos económicos, de quienes el Estado se ha olvidado. Es verdad que
los menores de la clase social alta o pudiente tienen mejores posibilidades,
porque son generalmente educados en colegios particulares o confesionales, que
tienen los recursos para ofrecerles la posibilidad de diversiones sanas.
Los
medios de comunicación
Existe una natural resistencia a tratar y más aún a
discutir la proÂblemática de los medios de comunicación. Aunque el rol social
legitimaÂdor de la prensa escrita, de la radio, del libro, del cine y de la
televisión es el de constituir un poderoso agente e instrumento de la
transmisión de las ideas y del conocimiento; no es menos cierto que pueden
convertirse en medios capaces de ser nocivos a la comunidad, y en factores
criminógenos por el mercado de la violencia que nos llega por su conducto, y la
magniÂficación de conductas inmorales o delictuosas.
«El empleo negativo de los medios masivos de
comunicación tiene una explicación de fondo; como parte del sistema económico
dominante, son poderosos instrumentos comerciales casi siempre en manos de
empreÂsas multinacionales que los manipulan en su propio beneficio; y como el sexo,
la violencia, y el crimen vestidos con ropaje sensacionalista son abÂsorbidos
ávidamente por la masa anodina de sus destinatarios, han exÂplotado esas
vertientes con desaforada codicia y con el empleo de los úlÂtimos avances de la
técnica; por eso la prensa, la radio, la televisión, el cine y el libro se han
venido transformando de eficaces instrumentos de cultura en medio idóneos de
enriquecimiento particular»[5].
Debemos admitir que los medios de comunicación están
destinados a cumplir una importante tarea de socialización y culturización,
pero degeneran creando una subcultura de la violencia. No solo transmiten diÂversión
y noticias sino en gran cantidad, una publicidad alienante con mensajes
subliminales que afectan principalmente al menor, que recibe el impacto de la
publicidad gratuita del crimen en circunstancias que aÂfronta una crisis de
valoración para cuya normatividad es negativo el mensaje del delito, de los
vicios y de los desórdenes sociales.
El doctor Luis RodrÃguez Manzanera manifiesta que los
medios masivos pueden convertirse en factores criminógenos cuando:
«1.- Enseñan las técnicas del delito.
2.-Por su frecuente mención, los delitos no parecen algo
desacosÂtumbrado.
3.-Sugestionan a los jóvenes de que el delito es
atractivo y excitanÂte.
4.-Dan la impresión de que el delito es rentable.
5.-Despiertan una simpatÃa patológica por algunos
delincuentes.
6.-Muestran a los delincuentes como hombres que han
adquirido un gran prestigio por sus actos antisociales.
7.-Dan una versión falsa y ocultan las verdaderas causas
del delito.
8.-Describen al delito de manera que parece fácil escapar
a la acÂción de la justicia.
9.-No se destaca suficientemente el elemento de la pena
inherente a la comisión de un delito.
10.-Desacreditan la persecución penal.
11.-Sugieren metas engañosas a la vida.»[6].
Se discute a nivel especializado, la influencia real o no
de la vioÂlencia en los menores de edad, a quienes les llega el mensaje subliminal
de los diferentes medios difusivos. En nuestra opinión es innegable el mensaje
negativo de la violencia y la creación de una probable subcultura criminal en
la delincuencia juvenil individual y también en la criminaÂlidad de las bandas
y pandillas juveniles. No obstante sigue abierta la discusión y los criterios
son contrapuestos.
Federico Werthan un destacado investigador americano en
el camÂpo de la psiquiatrÃa sostiene que:
«existe un efecto acumulativo en toda esta
violencia, que constituye un factor que contribuye a todo tipo de
perturbaciones infantiles».[7].
En la orilla opuesta se ubican algunos sociólogos que se
preocupan menos por lo que estos medios influyen en lo que la gente haga y más
por lo que hacen determinados individuos con cierta predisposición a dejarse
influir por los medios. Incluso otro psiquiatra el doctor Betlheim, es del
parecer:
«que los medios no pervierten al inocente»[8].
Para tomar partido por una determinada posición, debemos
anotar que de acuerdo con lo que nos enseña la PsicologÃa Experimental, hay
tendencia al aprendizaje y a la imitación por una especie de «ley del
desplazamiento». Evidentemente al tratarse de menores de edad la
transferencia negativa de la agresividad, encuentra un mejor terreno que si la
violencia hubiese sido proyectada a una persona adulta y con sufiÂciente
equilibrio emocional. ¡La inmadurez del niño y del menor constiÂtuye una buena
parcela!
Es discutible la función de catarsis que se le atribuye a
la violencia que proporcionan los medios de comunicación. De acuerdo con
quienes parÂticipan del criterio catártico, la violencia que proporcionan los
medios de información permite liberar la carga de agresividad y la tensión emoÂcional
en muchos individuos que allà pueden desahogar sus pasiones por una especie de
morbosidad, que no llega a la agresión a terceros.
La
prensa y la radio.Â
La sobredimensión de la crónica roja y el sensacionalismo
con el que se la cubre, tiene una sola explicación «se trata de vender
más», sin que importe el costo social porque se utiliza un viejo aforismo,
«el fin justifica los medios». Se pretende ignorar que:
«La prolijidad en los detalles escabrosos,
especialmente en traÂtándose de delitos sexuales o contra la moral pública,
abre un amplio horizonte a las mentes juveniles en un estadio vital en el que
el sexo ejerce sobre ellas un magnetismo vigoroso; por este mismo camino suelen
llegar a conocimiento púbico hechos que en momento desgraciado envuelven a
familias honorables en un manto de ludibrio y deshonor.
No pocas veces la descripción más o menos detallada del
modus oÂperandi del criminal constituye una verdadera lección que no tarda muÂcho
en ser aprovechada; prueba de ello es la repetición de ilÃcitos de iÂgual
especie mediante el empleo de la misma técnica descrita por la prensa»[9].
La
televisión
Es el medio de mayor acceso porque puede llegar al público
incluso analfabeto que se limita a ver a y escuchar. SaÂbemos el valor
educativo del sistema audio-visual en la enseñanza, por lo que debemos medir
con la misma vara el efecto negativo con el mensaje de violencia, sexo, culto a
la guerra, al pandillaje, a la prostitución, al consumo de licor, cigarrillo y
otras drogas «duras», que nos permite la TV.
En importantes trabajos de investigación se hace notar el
efecto negativo que además del mensaje de la violencia y del sexo tiene la TV,
por el tiempo que permanecen sentados frente a un televisor los menores de
edad, que por ello incluso desatienden sus tareas escolares.
Eugenio González González, nos orienta asÃ:
«Esta influencia puede considerarse desde dos
ángulos:
a) Frecuentemente se insiste en la morbosidad de tal o
cual conteÂnido de los mensajes televisivos, pero no es sólo la violencia y el
sexo de los medios de comunicación los factores influyentes de la criminalidad
de los menores.
Hay otro factor de indudable repercusión, nos referimos a
la puÂblicidad, a esa continua lluvia de anuncios, a esa provocación constante
al consumo de tal manera que parece que sea el disfrute de los bienes maÂteriales
el único ideal de la vida. Se produce esta tremenda contradicÂción: de una
parte en los anuncios y pelÃculas, se nos presentan en televiÂsión unos medios,
unos hogares y lugares de ocio muy confortables y prácÂticamente al alcance de
todos, pero, por otra parte, sólo muy pocos los poseen. De esta forma a los
jóvenes que no tienen medios para conseguir las comodidades ofrecidas, se los
incita a obtener estos medios para poÂder disfrutar de esos bienes.
b) Aun cuando se lograra un saneamiento en los programas
de teleÂvisión infantiles y estos se convirtieran en formativos, debemos hacer
constar que ello poco remediarÃa, toda vez que los menores seguirÃan viendo
televisión hasta el último programa. Por parte de los padres se impone la
obligación de hacer una lectura crÃtica de los contenidos y mensajes recibidos
en televisión por el niño, pues, aunque los programas fuesen muy depurados, los
menores necesitan que se les ayude a interpreÂtar las imágenes recibidas
audiovisualmente; en caso contrario los menoÂres se ven expuestos a lavados de
cerebro»[10].
No contamos con estadÃsticas que revelen el tiempo que dedica
a la televisión un menor de edad en el Ecuador, pero para dimensionar la
gravedad del problema citamos polos opuestos: en Francia (poco tiempo viendo
TV), los niños de 6 a 11 años pasan cada semana 7.45 hs. frente a un aparato de
televisión, contra 27 hs. en la escuela primaria, en la époÂca escolar que es
de 32 semanas al año.
En la misma Francia, los jóvenes de menos de 15 años de
edad y de más de 11, llegan a un promedio de 18 horas de televisión, por
semana.
En EE.UU. (se pasa mucho tiempo viendo TV), los niños de
3 a 12años tienen un promedio de 6 horas diarias dedicados a la televisión y de
5 horas de escuela. Esto determina que a los 12 años han visto 19.600 hoÂras de
TV contra 13.600 horas de escuela. El promedio de homicidios que ha presenciado
en la televisión un muchacho medio de 14 años, está calÂculado en 11.000.[11]
El profesor Alfonso Reyes EchandÃa (13), considera que
tal fenóÂmeno no puede pasar desapercibido, porque en primer lugar hay que adÂmitir
que la variedad de programas que ve un menor de edad puede alteÂrar el
equilibrio sicosomático del menor, que es más delicado que el del adulto. Por
otra parte se corre el riesgo de que coexistan en el niño como dos tipos de
realidad diversos y a veces antagónicos: la que él comienza a captar como
resultado de sus primeras experiencias sociales y familiares, y la que le
trasmiten los canales de televisión surgiendo asà una amÂbivalencia
desconcertante. Además por las leyes del contagio y de la iÂmitación -dada su
escasa capacidad de crÃtica y análisis-, se van a reÂproducir en su psique
situaciones y actitudes morbosas o violentas con desmedro para su formación
personal y social.
Creo que la única respuesta legÃtima y aceptable frente
al rol de socialización y culturización que debe cumplir la televisión, como el
principal y más importante agente de la comunicación de masas, es el de
reordenar su estructura de trabajo en cuanto a la hora que le llega al gran
público (a los menores de edad). Siendo como es, una formidable herraÂmienta de
penetración cultural se está perdiendo su objetivo, cuando le rinde culto al
mensaje subliminal, al hedonismo y al consumismo.
Prof. Dr. Alfonso Zambrano Pasquel
Profesor titular de
Derecho Procesal Penal en la Universidad Católica de Guayaquil
[1] PARENTI
FRANCESCO Y PAGANI PIER LUIGI. Ob. cit. pág. 49-50.
[2] GONZALEZ
GONZALEZ EUGENIO. Ob. cit. pág. 42-43
[3] DALMAU
GAVILANEZ FRANCISCO, Ob. cit. pág. 97
[4] RODRIGUEZ
MANZANERA LUIS. Criminalidad de Menores. Ob. cit., pág.161 y siguientes.
[5] REYES
ECHANDIA ALFONSO. Ob. cit. pág. 121.
[6] RODRIGUEZ
MANZANERA LUIS. Criminalidad de Menores. Ob. cit. pág. 179.
[7] Citado
por IZQUIERDO MORENO CIRIACO. Ob. cit. pág. 117.
[8] Citado
por IZQUIERDO MORENO CIRIACO. Ob. Cit. pág. 117.
[9] REYES
ECHANDIA ALFONSO. Ob. cit. pág. 122.
[10] GONZALEZ
GONZALEZ EUGENIO. Ob. cit. pág. 84
[11] RODRIGUEZ
MANZANERA LUIS. Criminalidad de Menores. Ob. cit. pág. 186.